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Con los cañones apuntados a la chicharrita del maíz

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Herramientas para el manejo de Dalbulus maidis, la chicharrita cada vez más popular que transmite Spiroplasma, una enfermedad que avanzó hacia la región en las últimas campañas.


El achaparramiento del maíz, causado por la bacteria Spiroplasma kunkelii, es una enfermedad transmitida por la chicharrita Dalbulus maidis que afecta principalmente al norte del país. Es una de las más temidas por los productores por su enorme potencial de daño: las pérdidas de rendimiento pueden superar el 70%. 

Spiroplasma es una enfermedad endémica del maíz en el norte argentino y presenta incidencias y severidades interanuales elevadas. Sin embargo, en la actual campaña se convirtió en un dolor de cabeza en zonas donde antes no era un problema. Una de las claves para el manejo de esta enfermedad, o un complejo de enfermedades, ya que no es la única que transmite la chicharrita, es el control de dicho vector. 

Los mapas de REM, para la campaña 21/22, muestran que la plaga y la enfermedad se concentran principalmente en el norte argentino, con la necesidad de tratamientos casi siempre imperiosa. En la actual campaña, se recibieron reportes que indican un avance de su distribución hacia el sur de la zona endémica, con lo cual serían muchas más las hectáreas y regiones afectadas.

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De vector y patógeno es el asunto

El agente causal del patógeno más frecuente -Spiroplasma kunkelii- es transmitido por la chicharrita al alimentarse. Al igual que la bacteria, el insecto tiene preferencia por el maíz, y es transmisor de manera persistente propagativa, por lo que los individuos que adquieren el patógeno permanecen infectivos el resto de su vida.

Dependiendo del momento fenológico y las condiciones climáticas en que el vector infectivo transmita el patógeno, los daños económicos serán mayores o menores. El período de mayor susceptibilidad del cultivo es en estadíos tempranos (entre V1 y V8), generalmente en maíces tardíos.

Cabe destacar que existen diferencias entre genotipos y que el momento de adquisición de la enfermedad es fundamental en la expresión del tipo y severidad de la sintomatología. Los primeros síntomas se ven como clorosis en los márgenes de las hojas más jóvenes y después manchas rojizas o purpúreas, amarillentas en las hojas más viejas. Las hojas jóvenes comúnmente forman rayas cloróticas en sus bases, que después se vuelven púrpuras en las puntas.

Sin embargo, los síntomas se hacen más visibles cerca de la floración masculina. Se pueden ver plantas mal desarrolladas por el acortamiento de entrenudos y espigas estériles, macollos o enraizamiento excesivo. Los granos muchas veces se reabsorben y/o pierden peso siendo el llenado de grano el momento de mayor afección.

Las pérdidas de rendimiento dependerán de la presencia de la bacteria, la presión del vector, el “solapamiento” de ciclos de los cultivos, la susceptibilidad del genotipo empleado, las condiciones ambientales, el tiempo de incubación de la enfermedad, el estadio fenológico del cultivo y las medidas de control aplicadas.

Con los cañones apuntados al vector

Si nos centramos en la chicharrita, se la reconoce por su tamaño muy pequeño, alcanzando no más que 3 a 4 mm de largo. El adulto es color crema translúcido con dos puntos más oscuros sobre la cabeza, con las alas más largas que el abdomen. 

Un dato no menor, es que la hembra puede colocar hasta 600 huevos, presentando por lo menos siete generaciones desde septiembre a mayo, sobreviviendo en diapausa el invierno en gramíneas para luego colonizar el maíz siguiente. Las ninfas nacen libres del patógeno y, al igual que el adulto, lo adquieren al alimentarse de plantas enfermas. El adulto sobrevive en promedio 45 días, aunque los invernantes pueden llegar a sobrevivir hasta 90-120 días.

Si bien la chicharrita es sensible a temperaturas extremas bajas y altas, se ve favorecida en condiciones de alta humedad como la actual campaña. Los inviernos benignos de los últimos años también podrían haber favorecido a la supervivencia en cultivos como trigo, cebada, avena, centeno, pasturas y diversas malezas. En parte esto puede explicar su dispersión a nuevas zonas de latitudes más al sur que antes no colonizaban.

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Monitoreo: ¿Que esté la chicharrita significa que hay patógeno?

El monitoreo de este insecto no es fácil, debido a su tamaño, a su capacidad de movilización, su velocidad, y la necesidad de no molestarlo con sombra para detectarlo. Se localiza principalmente en el envés de las hojas en torno a la nervadura central. El mayor problema lo tienen los maíces tardíos sembrados en diciembre y enero que son los que reciben los picos poblacionales de la plaga. 

Según la bibliografía internacional, el umbral de control se alcanza con tan solo uno a dos individuos por cogollo de maíz. Pero resulta tanto o más importante hacer una evaluación de maíces más adelantados en su ciclo para determinar síntomas de la enfermedad que hayan servido de inóculo de infección.

El porcentaje de individuos de D. maidis infectivos recolectados a campo es variable, aunque la bibliografía sostiene que generalmente en adultos diapausantes, a la salida del invierno, es inferior al 10%. Esto implica que para predecir el daño causado por la enfermedad se necesita conocer la densidad poblacional del vector, así como la proporción de insectos infectivos. 

Es posible determinar si el vector es portador de uno o más patógenos a través de métodos colorimétricos o por PCR. No obstante, estos análisis no son siempre accesibles para los productores. A los fines prácticos es más útil buscar un método de determinación de la evolución de la población para manejar la enfermedad, anticipándose al problema.

Estrategias de manejo integrado

Hoy no existen estrategias con efecto curativo sobre el daño causado por esta enfermedad, por lo que la prevención es la única herramienta posible para manejarla adecuadamente. Dentro de la prevención podemos mencionar las siguientes estrategias:

Controlar la densidad poblacional del insecto vector: se puede realizar de varias formas, entre ellas es fundamental evitar realizar maíz sobre maíz en el mismo ciclo de cultivo y eliminar plantas voluntarias, así se minimiza la sobrevivencia del vector. 

Uso de insecticidas aplicados a la semilla pueden ser una buena medida de control, puesto que previene la inoculación del patógeno durante los primeros 15 días desde la emergencia. El vector puede ser controlado mediante la utilización de terápicos de semillas y aplicaciones durante los primeros estadios vegetativos del cultivo. La primera opción permite controlar el insecto con productos sistémicos que protegen al cultivo desde la emergencia hasta V2-V3, perdiéndose su efecto residual cuando la planta todavía se encuentra en riesgo de ser infectada.

Al día de la fecha no hay productos registrados en nuestro país para el control de Dalbulus maidis. Se está viendo que su control químico no es tan sencillo y que dosis normales de piretroides en mezclas con neonicotinoides no serían suficientes para reducir el número de insectos. 

Es muy difícil pretender buenos controles con insecticidas que no tienen movilidad hacia las hojas superiores, que por ende dejan hojas nuevas sin protección. En los estadios iniciales controles con dobles y hasta triples de dosis, en 3 o hasta 4 aplicaciones continuadas no siempre fueron tan eficientes.

Además, un buen control sobre el vector no necesariamente asegura el control de la enfermedad. Esto se debe a que la chicharrita, en períodos tan cortos como 15 o 30 minutos, puede alimentarse e infectar varias plantas antes de morir o pueden ingresar individuos infectados de lotes vecinos, debido a su gran capacidad de migración. 

Genotipos tolerantes a la enfermedad: esta es quizás la herramienta más importante y la que mejores resultados está dando. Ensayos de diferentes susceptibilidad al patógeno con diferentes genotipos marcaron diferencias en el rendimiento a favor del tolerante, aun cuando el de peor performance era tratado con una secuencia de insecticidas.

Así y todo, el manejo no debe recaer solamente en el uso de híbridos tolerantes, debido a que esta tolerancia está asociada a preferencias del vector, carga de patógenos y tiempo de alimentación. Y todas estas barreras pueden ser superadas en condiciones de alta presión de la enfermedad. Hay que tener en claro que las plantas tolerantes pueden estar infectadas y expresar en menor medida los síntomas, pero aun así continúan siendo fuente de inóculo.

Por lo tanto, un programa de manejo debe basarse en evitar la secuencia de cultivo maíz-maíz, controlar el crecimiento de altas poblaciones de insectos vectores sobre todo en los primeros 30 a 40 días desde la emergencia y en sembrar genotipos tolerantes. Esta se convierte en la estrategia más efectiva, económica y ambientalmente sustentable.




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26/04/2024